Es
de noche, llueve y hace frio, en la plaza de Granada pocas personas caminaban,
todas las casas cerradas, a lo lejos y al costado del local policial, un
pasillo se escucha en una grabadora, voces que se levantan para escuchar al
otro interlocutor que llama de un lugar desconocido. Otros pasos presurosos
arriban al local municipal, preguntan por nosotros, nos abren la puerta. Dos
regidores y otros amigos como el presidente de la comunidad nos reciben.
Tendimos doce colchones, nos arropamos con frazadas y bolsas de dormir, una
ronda de “calienta cuerpo” y a la cama ya que muy temprano, tendríamos que
llegar a nuestro destino: Las Siete Lagunas.
La
mañana es fría, oscura, contagiaba el desazón en el grupo, uno que otro decía que
mejor nos regresemos a Chachapoyas, otros, donde mi incluyo, insistimos. Luego
de tomar desayuno preparada por las madres que atienden en el Comedor Popular San
Isidro, tomamos nuestro rumbo por un trecho desconocido, pero acompañados por
guías locales que tuvimos el privilegio de caminar juntos y darnos una lección
sobre la ruta, que marcaba nuestra total ignorancia.
El Qapac Ñan (Foto. Manolo Gómez) |
Con
botas de jebe, una casaca como abrigo y el impermeable, emprendemos el camino a
las ocho de la mañana, acompañados por Roger Inga, Darío y Manuel. De los
visitantes y los más atrevidos y a pie fuimos Manolo, Américo, Rafael, Martín, Carlo
Magno y yo, el resto de la delegación, nos seguirían a caballo, entre ellos,
Elizalde, Martín, Gerald, Elita, Rosa y arrieros que acompañaban a los viajeros.
Iniciamos
la subida al lado de un grupo de vacas y becerros que estaban encabezados
por un toro gritón y que quería regresar a la chacra de donde lo sacaron.
Era tanta su rabia que de su boca abierta
salía espuma, su mirada fría y penetrante desafiaba a todos. ¡Usha, usha!, dos latigazos
avanzó la caravana de vacunos y se perdieron en una pampa verde de pasto
fresco. Nosotros ya sentíamos la pegada del ascenso en 45 grados, un palo a
modo de bastón era mi apoyo, grandes piedras pisamos por varios metros. Es el Qapac
Ñan, me dicen los guías. Toco parte de ellas y uno se imagina los trancos de
nuestros chasquis que antes de la conquista viajaban a diario por la ruta,
llevando los mensajes, los quipus, los anuncios y también las desgracias. A
veces, uno quiere trasladarse a esa época y ser uno de ellos y entenderlos en
su entorno y valorar la dimensión de sus aportes a la humanidad y al futuro que
se convierte en historia.
Un tambo inca que alguna vez lo mejoraron y hoy está como está. (Foto: Manuel Cabañas) |
Vemos
tras los ojos nublados, opacados por las lunas de mis anteojos, unas paredes de
piedras bien conservadas, es un tambo me dice Roger, la miramos de lejos,
tendrá unos veinte metros de circunferencia, ingresando vemos en el piso,
huellas de lo que fuera una especie de almacén o silo para alimentos, algunas
piedras como descanso. Miramos cada espacio del lugar y vuelve la imagen del
pasado a nuestra mente de tres o cuatro indígenas nuestros, de un físico
envidiable, acurrucados en el lugar, conversando en quechua sus aventuras, sus
devaneos, de su familia, de su casa, de su gente.
Hermosa foto del camino rodeado del árbol de la Quina (Foto: Gerard Hidalgo Reina) |
Proseguimos
el viaje, a una hora media de camino se acaba la subida rodeada de una vegetación
admirable y con sonidos musicales emitidos por la flora y fauna del lugar. En
la travesía, el paisaje es incomparable e indescriptible, cientos de arboles de
Quina, como escoltas nos permiten el paso por el lugar. ¡Qué belleza!. La
Quina, es un árbol denso y de piel anaranjada,
cuyo tronco es utilizado para leña o cerco de las chacras. Me dicen que
hay de tres calidades y que la “firme” y que permitió la cura del paludismo,
estaban más arriba y que hasta hoy lo usan para curar a las familias. Por
nuestra cabeza, pasan gaviotas andinas, se escuchan a los gorriones, mariposas
de colores posan cerca a nosotros, “toc, toc”, el sonido de un batracio se
escucha entre la densa vegetación.
Las pampas cerca a la laguna esta rodeada de este tipo de vegetación (Foto: Gerald Hidalgo Reina) |
El
día se abre, la neblina densa viaja rápidamente por la fuerza del viento. Ya en
la punta, los viajeros a caballo se sorprendían por nuestro avance. ¿A qué hora
llegamos?. Ayshito, después de esa lomita, me dijeron en coro. Los creí, pero
se repitieron los ayshitos varias veces. Dejamos tierra firme y empedrada, para
dejar a los caballos y su carga, para caminar sobre ichos, montones de pajas
diminutas que sobresalen sobre agua, agua que viene de las lagunas. Pese a la
neblina se divisaba el paisaje marcado por los contrastes de colores y de una
placidez única e incomparable. Manolo mi compañero de viaje, me repetía ¡La
hicimos compañero!. Sí, la hicimos.
Desaguadero por donde discurren las aguas de la laguna (Foto. Gerald Hidalgo) |
Los
que caminaban más de prisa, gritaban a todo pulmón ¡Llegamos!. Apresuro el
paso, subo unos tres metros, mis ojos de 49 años de vida, pese a que son miopes
contemplaron fijos el espejo de agua, grande, colosal, ruidosa por las olas que
crean los golpes secos del viento. Esbozo una sonrisa y por dentro gritaba de
emoción por haber llegado a la meta. Una meta soñada desde hace 20 años atrás.
Las 7 lagunas (Gerard Hidalgo) |
Luego
de las fotos de rigor, bajo a la laguna que espera inquita por nuestro
encuentro, la toco, la bebo, es helada como témpano, pero es agradable cuando
pasa por tu garganta sedienta. Siento que resucito, me siento nuevo, me lavo la
cara y me siento vivo. Miro el fondo y no es arena ni tierra, es piedra y de
colores que presumo cuando es verano debe brillar. Darío y Manuel, me cuentan
que hasta aquí llegaba Don Elías Ramos, trayendo a decenas de personas para
hacer sus “curaciones” del alma. En el cerro todavía hay una cueva donde
pernoctaban. Dicen que sus aguas son curativas. Espero haberme curado de mis
propios temores.
La foto de los aventureros (Manolo Gómez) |
Todos
llegan al objetivo. Todos sonríen como el niño que recibe un juguete nuevo. Nos
tomamos una foto. “Haste llegao y
caminando don mañuco”, me dicen, yo palangana saco pecho y solo muevo la
cabeza. Regresamos a la cabaña, el fogón de la tushpa estaba caliente, olía a
comida, nuestros amigos tienden manteles y sacan una serie de viandas, todos
asaltamos y en menos de lo que uno se imagina, no había nada, ni para llushpirlo.
El fiabre que desapareció en segundos (Foto: Manuel Cabañas) |
A las tres de la tarde regresamos a
Granada, un pueblo escondido en el valle del Alto Imaza, guardián de esta
reliquia natural, guardián de Diozán, la iglesia jesuita de la zona. Guardián
de muchas historias, del maushan, tierra de mi amigo Estenio, compañero de
escuela en el 131 de Chachapoyas, que quiso que me quedara en su casa. Para en otra le dije,
lo abrace fuerte por haberme mandado su mejor caballo y su poncho blanco de
lana para que me cubra del frío.
Hace
casi un mes atrás planificamos este viaje. Se hizo realidad y estoy seguro que
en cada pensamiento, en el corazón de cada viajero aventurero, está las ganas
de regresar a una tierra mágica, enigmática, extremadamente bella por sus
marcados paisajes, por la bondad de su gente y porque en cada metro cuadrado de
Goncha, Olleros, Quinjalca y Granada se respira historia y tiempo.
En la casita donde se degusto la comida preparada por pobladores de Granada |
En Quinjalca con conocidos amigos |
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