viernes, 11 de octubre de 2013

ALTO IMAZA: LEGADO HISTORICO DE AMAZONAS (FINAL)



        


    Es de noche, llueve y hace frio, en la plaza de Granada pocas personas caminaban, todas las casas cerradas, a lo lejos y al costado del local policial, un pasillo se escucha en una grabadora, voces que se levantan para escuchar al otro interlocutor que llama de un lugar desconocido. Otros pasos presurosos arriban al local municipal, preguntan por nosotros, nos abren la puerta. Dos regidores y otros amigos como el presidente de la comunidad nos reciben. Tendimos doce colchones, nos arropamos con frazadas y bolsas de dormir, una ronda de “calienta cuerpo” y a la cama ya que muy temprano, tendríamos que llegar a nuestro destino: Las Siete Lagunas.

            La mañana es fría, oscura, contagiaba el desazón en el grupo, uno que otro decía que mejor nos regresemos a Chachapoyas, otros, donde mi incluyo, insistimos. Luego de tomar desayuno preparada por las madres que atienden en el Comedor Popular San Isidro, tomamos nuestro rumbo por un trecho desconocido, pero acompañados por guías locales que tuvimos el privilegio de caminar juntos y darnos una lección sobre la ruta, que marcaba nuestra total ignorancia.
El Qapac Ñan (Foto. Manolo Gómez)

            Con botas de jebe, una casaca como abrigo y el impermeable, emprendemos el camino a las ocho de la mañana, acompañados por Roger Inga, Darío y Manuel. De los visitantes y los más atrevidos y a pie fuimos Manolo, Américo, Rafael, Martín, Carlo Magno y yo, el resto de la delegación, nos seguirían a caballo, entre ellos, Elizalde, Martín, Gerald, Elita, Rosa y arrieros que acompañaban a los viajeros.
            Iniciamos la subida al lado de un grupo de vacas y becerros que estaban encabezados por un toro gritón y que quería regresar a la chacra de donde lo sacaron. Era  tanta su rabia que de su boca abierta salía espuma, su mirada fría y penetrante desafiaba a todos. ¡Usha, usha!, dos latigazos avanzó la caravana de vacunos y se perdieron en una pampa verde de pasto fresco. Nosotros ya sentíamos la pegada del ascenso en 45 grados, un palo a modo de bastón era mi apoyo, grandes piedras pisamos por varios metros. Es el Qapac Ñan, me dicen los guías. Toco parte de ellas y uno se imagina los trancos de nuestros chasquis que antes de la conquista viajaban a diario por la ruta, llevando los mensajes, los quipus, los anuncios y también las desgracias. A veces, uno quiere trasladarse a esa época y ser uno de ellos y entenderlos en su entorno y valorar la dimensión de sus aportes a la humanidad y al futuro que se convierte en historia.
Un tambo inca que alguna vez lo mejoraron y hoy está como está. (Foto: Manuel Cabañas)
            Vemos tras los ojos nublados, opacados por las lunas de mis anteojos, unas paredes de piedras bien conservadas, es un tambo me dice Roger, la miramos de lejos, tendrá unos veinte metros de circunferencia, ingresando vemos en el piso, huellas de lo que fuera una especie de almacén o silo para alimentos, algunas piedras como descanso. Miramos cada espacio del lugar y vuelve la imagen del pasado a nuestra mente de tres o cuatro indígenas nuestros, de un físico envidiable, acurrucados en el lugar, conversando en quechua sus aventuras, sus devaneos, de su familia, de su casa, de su gente.
Hermosa foto del camino rodeado del árbol de la Quina (Foto: Gerard  Hidalgo Reina)
            Proseguimos el viaje, a una hora media de camino se acaba la subida rodeada de una vegetación admirable y con sonidos musicales emitidos por la flora y fauna del lugar. En la travesía, el paisaje es incomparable e indescriptible, cientos de arboles de Quina, como escoltas nos permiten el paso por el lugar. ¡Qué belleza!. La Quina, es un árbol denso y de piel anaranjada,  cuyo tronco es utilizado para leña o cerco de las chacras. Me dicen que hay de tres calidades y que la “firme” y que permitió la cura del paludismo, estaban más arriba y que hasta hoy lo usan para curar a las familias. Por nuestra cabeza, pasan gaviotas andinas, se escuchan a los gorriones, mariposas de colores posan cerca a nosotros, “toc, toc”, el sonido de un batracio se escucha entre la densa vegetación.
Las pampas cerca a la laguna esta rodeada de este tipo de vegetación (Foto: Gerald  Hidalgo Reina)
            El día se abre, la neblina densa viaja rápidamente por la fuerza del viento. Ya en la punta, los viajeros a caballo se sorprendían por nuestro avance. ¿A qué hora llegamos?. Ayshito, después de esa lomita, me dijeron en coro. Los creí, pero se repitieron los ayshitos varias veces. Dejamos tierra firme y empedrada, para dejar a los caballos y su carga, para caminar sobre ichos, montones de pajas diminutas que sobresalen sobre agua, agua que viene de las lagunas. Pese a la neblina se divisaba el paisaje marcado por los contrastes de colores y de una placidez única e incomparable. Manolo mi compañero de viaje, me repetía ¡La hicimos compañero!. Sí, la hicimos.
Desaguadero por donde discurren las aguas de la laguna (Foto. Gerald Hidalgo)
            Los que caminaban más de prisa, gritaban a todo pulmón ¡Llegamos!. Apresuro el paso, subo unos tres metros, mis ojos de 49 años de vida, pese a que son miopes contemplaron fijos el espejo de agua, grande, colosal, ruidosa por las olas que crean los golpes secos del viento. Esbozo una sonrisa y por dentro gritaba de emoción por haber llegado a la meta. Una meta soñada desde hace 20 años atrás. 
Las 7 lagunas (Gerard Hidalgo)
             Luego de las fotos de rigor, bajo a la laguna que espera inquita por nuestro encuentro, la toco, la bebo, es helada como témpano, pero es agradable cuando pasa por tu garganta sedienta. Siento que resucito, me siento nuevo, me lavo la cara y me siento vivo. Miro el fondo y no es arena ni tierra, es piedra y de colores que presumo cuando es verano debe brillar. Darío y Manuel, me cuentan que hasta aquí llegaba Don Elías Ramos, trayendo a decenas de personas para hacer sus “curaciones” del alma. En el cerro todavía hay una cueva donde pernoctaban. Dicen que sus aguas son curativas. Espero haberme curado de mis propios temores.
La foto de los aventureros (Manolo Gómez)
             Todos llegan al objetivo. Todos sonríen como el niño que recibe un juguete nuevo. Nos tomamos una foto. “Haste llegao y caminando don mañuco”, me dicen, yo palangana saco pecho y solo muevo la cabeza. Regresamos a la cabaña, el fogón de la tushpa estaba caliente, olía a comida, nuestros amigos tienden manteles y sacan una serie de viandas, todos asaltamos y en menos de lo que uno se imagina, no había nada, ni para llushpirlo.
El fiabre que desapareció en segundos (Foto: Manuel Cabañas)

            A las tres de la tarde regresamos a Granada, un pueblo escondido en el valle del Alto Imaza, guardián de esta reliquia natural, guardián de Diozán, la iglesia jesuita de la zona. Guardián de muchas historias, del maushan, tierra de mi amigo Estenio, compañero de escuela en el 131 de Chachapoyas, que quiso que  me quedara en su casa. Para en otra le dije, lo abrace fuerte por haberme mandado su mejor caballo y su poncho blanco de lana para que me cubra del frío.
            Hace casi un mes atrás planificamos este viaje. Se hizo realidad y estoy seguro que en cada pensamiento, en el corazón de cada viajero aventurero, está las ganas de regresar a una tierra mágica, enigmática, extremadamente bella por sus marcados paisajes, por la bondad de su gente y porque en cada metro cuadrado de Goncha, Olleros, Quinjalca y Granada se respira historia y tiempo.

En la casita donde se degusto la comida preparada por pobladores de Granada

En Quinjalca con conocidos amigos
 
Ocaso en el Alto Imaza (Gerard Hidalgo)



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