San Pedro de Utac: Entre la niebla, el tiempo y la fe

         

   Desde lejos te llama la atención su monocromía. Sus techos son marrones y tejas, sus paredes color tierra. De cerca, sientes que regresas al pasado. Tocas sus paredes, sus legados, sientes que la fe inquebrantable de un pueblo te transmite su energía pese a su silencio, hasta diría, abandono. Es San Pedro de Utac, el legado de los Chachapoyas, que convive con la neblina, la soledad y el silencio.

            Se tenía que dar. Tenía una cita pendiente desde hace mucho tiempo con esta parte de Mariscal Castilla, un pequeño distrito de Chachapoyas que tiene como emblema y anexo a San Pedro de Utac que tiene una existencia muy similar a Olán (restos arqueológicos de piedra), es decir, entre el Siglo X al siglo XVI. Hay dos formas para llegar a este lugar, sea por Montevideo o Duraznopampa. Queda muy cerca de la carretera que une Tingo con Leymebamba.

            Con el ingreso de los españoles para la conquista o saqueo de nuestros pueblos (1538), casi estoy seguro que estudiaron al territorio y vieron que era necesario fortalecer el proceso de evangelización y crean uno de los templos más grandes, atractivos, pintorescos que exista en el territorio de Amazonas. Según, Levy Valle Gutiérrez, el Mayor del templo, la estructura ya tiene más de 400 años. ¡Vaya! de afuera es colosal.

            Estimo que medirá ochenta metros de largo por doce de ancho, sus paredes tienen como base miles de metros cúbicos de piedra, el ancho de la misma supera el metro de espesor, su altura, varía con cada paso que uno da a su interior. Es la primera iglesia que aprecio que es de piso entablado, que dicho sea de paso pide a gritos que lo cambien. Sus altares dispersos en ambas alas y al frente, evidencian las manos de artesanos que han hecho retoques en cada imagen de culto sacro en la localidad, que revive en junio al celebrar sus fiestas patronales en honor a San Pedro.

            Al no ser una iglesia cualquiera y considerada en su tiempo un centro estratégico de evangelización, tiene legados muy valiosos que amerita protegerlo y conservarlo. He visto de cerca misales en latín de 1911, imágenes de yeso y plata de estilo quiteño, además de una maravilla: un manto religioso de cinco metros de largo por dos de ancho, que tiene de fondo a la Santísima Trinidad, que la hace única en su estilo y quizá singular en toda América india.

           La de San Pedro, Leymebamba, Jalca Grande, Molinopampa y Granada, quizá sean las mejores conservadas, otras de igual tamaño o etapa de construcción lindan con el abandono y la destrucción, ya sea por perdida de creyentes y ausencia de sacerdotes católicos u por el alto costo que representa su manutención.

            San Pedro de Utac, es una comunidad campesina conformada por originarios del lugar. En cada rostro humano quedan las huellas genéticas de los bravos chachapoya o sachapuyos. Tienen la mirada profunda, la sencillez que aflora con un abrazo, la honestidad y aprecio con un café. Tienen también la esperanza de ser tomados en cuenta, que lo miren, que los observen, no como clientes electorales, más bien como gente que tiene como orgullo personal y comunal ser el legado viviente de una raza guerrera y los custodios de Olán, la otra fortaleza por redescubrir.

            He cumplido una promesa, he cumplido un trato conmigo mismo. He dejado mi huella en sus calles y piedras. El tiempo se encargará de curar las cicatrices de la ignorancia, muy ligada al desconocimiento. Como le dije a Levi, yo hago mi papel de vocero público, lo demás, depende de cada uno.