domingo, 27 de noviembre de 2022

Amazonas : 190 años después

 




Un día, llega a Chachapoyas, Felipe Santiago Salaverry, en su calidad de preso, se escapa, toma palacio de gobierno y a tan solo cuatro años de creado el departamento de Amazonas, mediante un decreto dictatorial, anula la creación, por ser una tierra “de indios y salvajes”. Entre 1916 y 1932, diversos agentes políticos, azuzan el territorio con enfrentamientos violentos impulsados por caudillos locales. En el Baguazo, a los hijos de Amazonas, lo califican como “ciudadanos de segunda categoría”. A una década de celebrar sus doscientos años de creación, vale hacer una reflexión sobre su futuro.

Para nadie es un secreto que este departamento que, en 1832, tenía 63 mil Km2 de extensión y hoy, por conflictos en la delimitación territorial, tiene menos de 40 mil, es un territorio estratégico para el desarrollo nacional. Es un departamento bisagra que une a la costa con la selva; por sus valles y campiñas, circulan más del 48% de las aguas de todo el país, que la hace una potencia hidrológica capaz de producir cientos de megavatios y alumbrar a gran parte de Sudamérica.


En su extenso territorio, habitan más del 50% de las aves endémicas del país y entre montañas, riscos, el mundo aprecia la invaluable herencia de sus antepasados con restos arqueológicos monumentales como: Kuélap, Carajía, Revash, Gran Vilaya y más de mil recursos turísticos que la hacen mágica, atractiva y visitada de manera permanente.

Sin embargo, en sus ciento noventa años de creación, su consolidación integral es compleja, así como su administración territorial al contar con más de 83 distritos y cada uno de ellos con muchas necesidades, difíciles de hacer realidad por la fuerte inversión que esta acarrea, peor en momentos complejos que vive el país y su entorno mundial y la escasez alimentaria prevista para los años que vienen), contextos que ameritan analizar a las futuras autoridades sub nacionales y locales para que diseñen una agenda común e integradora a fin de fortalecer la gobernanza regional en base a enfoques y planeamiento territorial, tal como se viene haciendo en algunos departamentos del país y en gran parte del mundo.


La planificación del territorio, en la que se priorice las inversiones, hará posible que Amazonas, sea más competitiva y revierta los indicadores económicos, sociales e institucionales que la hacen ver como “el patito feo” de la Amazonia peruana, pese a que sus ingentes recursos, la riqueza cultural y arqueológica que tiene, la convierte en una potencia no vista como oportunidad para los gobernantes regionales.

Más allá de voluntades y propuestas electorales, urge hacer de Amazonas un lugar donde se pueda construir una visión de futuro distinta a la acostumbrada. Es necesario implementar políticas públicas regionales que incorporen a todos los actores, desde Condorcanqui hasta Mendoza y agendar temas importantes antes que urgentes que nos den la esperanza que el 2032, año en que celebramos los 200 años de creación, el país mire con otros ojos a este departamento, que tiene todo y solo falta decisión política para hacerla más mágica de la que ya es.

martes, 8 de febrero de 2022

LOS JIBAROS: ¿Salvajes y genios?

En la extensa frontera actual de Perú y Ecuador, vivían una serie de etnias nativas que se distribuían espacios para vivir o convivir, sea en tiempos de paz o de guerra. Cada uno era feroz a su medida o experiencia. Vivieron invasiones diversas, ya sea de españoles, de los incas o hasta de los “rabones”. La historia se encargó de explorar artes y partes de guerras y dar luz hechos increíbles, como de esta crónica.
La siniestra reputación de los jíbaros no se inicia con su encuentro con los blancos, ya que incluso los incas les temían. Hacia el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui ataca una provincia situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río Marañón. Sus soldados sienten una violenta repulsión hacia aquellos indios de la selva: no sólo son feroces combatientes, sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que queden más pequeñas que sus puños. Los incas ganaron la guerra pero no lograron someter del todo a los Jibaros que se refugiaron en las densas junglas sudamericanas. la etnia tiene como enemigo hereditario a los achuaras o shuars, una tribu vecina. Sin embargo, los achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero.
El gran guerrero es aquel que mata más enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra durante las fiestas tradicionales. Pretende, además, que el espíritu del muerto, el muisak, no vuelva para vengarse del asesino el guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida, llamada tsantsa. La preparación de la cabeza dura varios días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Durante las fiestas, los guerreros lucen las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello... No hay razón para temerle a la cabeza tratada, donde ernuisak está encerrado para siempre. A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades buscadas por los coleccionistas y los museos, Un tráfico de falsos tsantsas sigue, por lo demás, en pleno auge. Hoy en día las comunidades de jíbaros, nunca totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se dice que se han seguido reduciendo algunos muisaks, a pesar de las severas leyes ecuatorianas y peruanas sobre esta materia.
El proceso es el siguiente: Lo primero es, obviamente, cortar la cabeza al enemigo. Con un cuchillo se hace un corte desde la nuca al cuello, se tira de la piel y se desprende del cráneo. Se desecha el cerebro, ojos y demás partes blandas, además de todos los huesos. Se mete en agua hirviendo a la que se añade jugo de liana y otras hojas, lo que evita que se caiga el pelo. Se mantiene durante unos quince minutos aproximadamente; más tiempo la ablanda demasiado y es difícil impedir que no se pudra. Se saca del agua (con un tamaño aproximado de la mitad del original) y se pone a secar. Se raspa la piel por dentro para quitar restos de carne y evitar el mal olor y la putrefacción y se frota por dentro y por fuera con aceite de carapa. Después se cose el corte de la nuca, los ojos y la boca, de manera que queda como una bolsa, en la que se echa una piedra del tamaño de un puño o el volumen equivalente en arena caliente. Se cuelga sobre el fuego para desecarla poco a poco con el humo a la vez que se le va dando forma al cuero con una piedra caliente. En este proceso la cabeza acaba de reducirse. Una vez seca la cabeza se vacía la arena y se tiñe la piel de negro. Luego se introduce un cordón de algodón por un agujero practicado en la parte superior de la misma y se asegura en la abertura del cuello con un nudo o un palito atravesado.

martes, 21 de septiembre de 2021

Andueza: El otro chachapoyano, olvidado en la historia del Perú

 


Nació Juan Antonio de Andueza Medina el 22 de marzo de 1773, tal como consta en su partida de bautismo, recibido al día siguiente de manos del cura y vicario del Sagrario, de la ciudad de Chachapoyas, situada en el actual departamento de Amazonas. Era hijo legítimo de Baltasar Andueza y Gertrudis de Medina. Fue su madrina doña María Antonia Rodríguez, al parecer pariente de Toribio Rodríguez de Mendoza, precursor de la independencia del Perú, que sería rector del Real Convictorio de San Carlos, en Lima, precisamente donde estudió su sobrino el joven Juan Antonio, y en donde obtuvo en su oportunidad el grado de bachiller en Cánones y doctor in utroque iure (en ambos derechos: Civil y Canónico).


En el Convictorio fue condiscípulo de José Joaquín de Olmedo, y alumno de José 1 Texto adaptado para facilidad de la lectura. 2 Ramón de Ostolaza y de los Ríos, cuyo hermano Blas fue, a la par de Andueza y como se relata más adelante, representante del Perú ante las Cortes de Cádiz. El 23 de septiembre de 1799 fue admitido como abogado por la Real Audiencia de Lima, tras la examinación de rigor, luego de lo cual optó por la vida religiosa, quizás por influencia, o siguiendo el ejemplo, del ya mencionado Toribio Rodríguez de Mendoza, clérigo también.

Enviado a Yungay en el ejercicio de su ministerio, fue elegido posteriormente como Diputado por Chachapoyas ante las Cortes de Cádiz, formadas a raíz de la invasión napoleónica en España y la usurpación de la corona por parte de su hermano José I Bonaparte, más conocido como Pepe Botella. Se embarcó Andueza hacia España, al igual que otros representantes del Perú de la misma extracción carolina, llegando a Cádiz y presentando sus poderes ante las Cortes, los que fueron aprobados en la sesión del 29 de abril de 1812, como consta del acta respectiva. Tomó posesión de su cargo el 12 de mayo del mismo año, incorporándose a diversas comisiones como las de Honor, Prebendas Eclesiásticas y Justicia. Adoptó, en el curso de los debates, una posición prudente, buscando esencialmente el fin de la guerra contra Napoleón y que se respete la tradición normativa de España.

 

En el curso de los debates defendió el establecimiento de un colegio de minas en Lima, así como la adopción de medidas protocolares para evitar que la autoridad de los ayuntamientos quede menoscabada; como consecuencia de esto último, las Cortes dictaron la respectiva orden de 23 de junio de 1813. Por alguna razón, que no se conoce, su firma no figura en la autógrafa de la Constitución gaditana. Quizás fue en Cádiz donde conoció a José Bernardo de Tagle, marqués de Torre Tagle, quien asistió también a las Cortes, como varios otros peruanos que no 3 llegaron a suscribir la Constitución. De retorno al Perú, fue destacado a Palpa y luego, en 1817, como racionero del cabildo diocesano de Trujillo, ejerciendo como examinador sinodal del obispado de dicha ciudad. Paralelamente, ese mismo año fue nombrado rector del Seminario de San Carlos y San Marcelo, igualmente de la ciudad de Trujillo.

En julio de 1820 Andueza integró la comisión de bienvenida al marqués de Torre Tagle al ser este nombrado gobernador intendente interino de Trujillo por el Virrey don Joaquín de la Pezuela. Dos meses después desembarcaría la Expedición Libertadora en el sur del Perú, lo que precipitaría los acontecimientos rumbo a la independencia del país.



El 29 de diciembre de 1820, en la capilla del Seminario dirigido por Andueza, un conjunto de destacados miembros de la sociedad trujillana suscribió el acta de proclamación de la independencia. Firmaron el acta, además del propio rector don Juan Antonio de Andueza, el gobernador marqués de Torre Tagle, el alcalde de la ciudad Juan Manuel Cavero y Muñoz, el mariscal Luis José de Orbegoso y Moncada, el secretario particular del marqués de Torre Tagle Jacinto María Rebaza, el clérigo José María Monzón, y el oficial del Ejército Libertador sargento mayor José Andrés Rázuri, entre otros. Previamente, alumnos del Seminario, de los años superiores, habían velado simbólicamente la bandera nacional, formándose como guardia de honor. La participación, pues, de Andueza, en el proceso emancipador, fue decisiva, como lo evidencia el que, en conmemoración 4 de tan importante acto, se lea en una placa de bronce ubicada en la mencionada capilla, una inscripción que dice: Aquí nació la República.

 

Si bien no llegó a ser alumno de Andueza, es de destacar que el prócer e ideólogo de la independencia José Faustino Sánchez Carrión, se educó inicialmente en el Seminario de San Carlos y San Marcelo, en Trujillo. Producida la proclamación de la independencia en Lima y convocado por el general José de San Martín el Congreso Constituyente, fue elegido Andueza como representante por Trujillo, presentando sus poderes al Congreso, el cual dispuso su revisión en sesión del día 14 de octubre de 1822. Tres días después Andueza se incorporó al Congreso, tomando asiento entre sus pares tras prestar el juramento correspondiente. Tras la presidencia de Francisco Javier de Luna Pizarro, fue elegido para sucederlo como titular del Congreso José de Larrea y Loredo, en cuya Mesa Directiva participó Andueza en calidad de vicepresidente –por el voto aprobatorio de treinta diputados–; y, concluido el periodo de Larrea, resultó elegido presidente del Congreso Juan Antonio de Andueza para el período que va del 21 de noviembre al 20 de diciembre de 1822, esta vez por el voto aprobatorio de treinta y tres diputados. Lo acompañaron en la Mesa Directiva los diputados Miguel Tafur como vicepresidente y, como secretarios, Pedro Pedemonte y Gregorio Luna Villanueva. Correspondió a Juan Antonio de Andueza, en su calidad de presidente del Congreso, conducir los debates de las Bases de la Constitución, que la asamblea aprobó durante su mandato, para estructurar, sobre tales premisas, la Constitución que regiría al Perú independiente. El 19 de diciembre de 1822 Andueza presidió la sesión en que los diputados procedieron a prestar el juramento de respeto a las referidas Bases, bajo la siguiente fórmula: “¿Juráis a Dios y a la Patria reconocer 5 por bases de la Constitución Política de la República las que acabáis de oír; y observar y hacer observar lo que en ellas se contiene, ¿cómo los primeros principios de la ley fundamental de la nación?” Refiere el acta respectiva, que luego de haber respondido todos los señores diputados: Sí, juramos, pasaron de dos en dos a tocar el libro de los Santos Evangelios, y concluido este acto, el presidente Andueza, que lo prestó ante el vicepresidente Tafur, dijo en voz alta: Si así lo hiciereis, Dios os ayude; y si no, Él os lo demande y la República os juzgue conforme a las leyes; respondiendo todos: así sea. Participó Juan Antonio de Andueza en diversas comisiones del Congreso: Formó parte de la Comisión de Legislación del 19 de octubre hasta el 21 de noviembre del mismo año –en que fue electo Vicepresidente–; de la de Justicia desde el 24 de octubre de 1822; de la de Poderes a partir del 29 de abril de 1823; de la de Hacienda desde el 19 de setiembre de 1823 para un caso especial y en reemplazo, junto con el diputado Quezada, de los diputados Argote y Ferreyros; y luego en la misma Comisión de Hacienda el 22 de noviembre de 1823 en reemplazo del diputado Ferreyros; el 13 de mayo de 1823 fue incorporado a la Comisión Eclesiástica; a la de Funerales de Diputados desde el 3 de abril de 1823. Asimismo, participó en las Comisión de responsabilidad de jueces por infracción de leyes y en la Comisión secreta de comunicación a las provincias del sur. Integró también la Comisión Especial que se designó para llevar al gobierno los manuscritos de la Constitución aprobada por el Congreso Constituyente. Juntamente con Andueza, formaron parte del primer Congreso, en calidad de diputados, los canónigos de la catedral de Trujillo Tomás Diéguez y Alejandro Crespo y Cassaus; por lo cual, preocupado Andueza por el vacío que se había producido en el cabildo eclesiástico de dicha ciudad, solicitó al Congreso, aún antes de asumir su diputación, proveer sus reemplazos. Concluido su período presidencial, fue reemplazado por Hipólito Unánue el 20 de diciembre de 1822, limitándose, a partir de ahí, a sus funciones congresales, a intervenir en los debates de la Constitución y a ejercer su representación en las comisiones que se han referido. Habiendo acompañado a Riva Agüero a Trujillo, luego del golpe de Estado –el denominado motín de Balconcillo– que propició la elevación de aquel a la Presidencia del Perú, se negó Andueza a admitir la instauración de un Senado de 10 miembros tal como quería el nuevo presidente; por lo que fue desterrado y embarcado rumbo al sur, pero desembarcó en Chancay y de ahí se dirigió a Lima suscribiendo, con otros miembros del Congreso, un documento de protesta contra las arbitrariedades de Riva Agüero. 

Afectado su salud, falleció en Lima, el 17 de enero de 1825.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Mi regalo de navidad

La miré de abajo arriba. Tiritaba de frío. Sus ojos miraban al vacío, extendiendo mis manos la atraje a mí. Eras las once menos cuarto, el reloj avanzaba aceleradamente, en el coche salí a comprar algunos regalos que faltaban para los sobrinos, algunos buenos vecinos y amigos. El tráfico era infernal. Todos deseaban regresar a casa para el abrazo de noche buena. Yo, como siempre, solo quería que pase las horas.

Tomo la calle sin fin. Luces multicolores adornaban más que nunca la oscuridad de la noche. En cada casa, en cada rincón una bombarda, un villancico recordaba a cada ser humano que en pocas horas el “niño Jesús” volvería a nacer. Un nacimiento que se repite por más de dos mil años. Un nacimiento que cada vez se hace más rimbombante con la compra de regalos.

No recuerdo la última navidad de mi vida en familia. Quizá aquellos años 70 donde mi madre recreaba grandes nacimientos en la casa con todos los guarangos que podamos cortar y las piezas que simulan el pesebre que traíamos de todos lados. En casa no faltaba el chocolate, el pavo, los regalos, las sonrisas y las travesuras también.

De allí, se impuso mi soledad y los 24 por la noche solo fumaba un cigarro negro. Cada bocanada lo hacía tan profundo para que entre en todos mis pulmones y solo vomite silbidos y mis ojos no expulsen lágrimas. Un largo sorbo de champagne me aturdía y así poder ir a la cama. No había regalos, tampoco llamadas, el eco de mi voz en el fondo del alma respondía a mis dicotomías: Creer u olvidar.

Recordaba mi infancia. Mi padre (como si no me diera cuenta, me hacía el dormido), entraba a mi cuarto pintado de verde y lleno de afiches de artistas ya olvidados y mujeres sin rostro, mujeres que llegan a tu vida en la pubertad y se esfuman con la cruda realidad, dejaba en mi raído zapato mi regalo. Cuando salía, curioseaba el obsequio, abría con prudencia el envoltorio y casi siempre repetía: eran docenas de bolitas de cristal y uno de acero, camisa de franela y un pantalón de lino, algunas veces zapatos “Hércules” con punta de hierro y una vez un trompo dorado, el mismo que se rompió al querer “doquear” a un sopero en la escuela cerca de mi casa. Ah, pero quizá el mejor regalo que tuve en mi vida haya sido hacer mis largas colas en el estadio para recibir regalos del gobierno militar de Velazco, que además de show de títeres traía en aviones grandes cajas de regalos.

 Recuerdo a un oficial grande para mi edad, vestido de verde y a su costado dos cachacos con fusiles. ¡Gordito, escoge!, me dijo. Con el entusiasmo propio de la edad, sin pensarlo dos veces, me hice del que estaba más cerca de mí. Cogí un venado de plástico y que se inflaba hasta doblar mi tamaño. Era marrón con manchas rojas, tenía unos enormes ojos, una cola bien pequeña y unas astas bien grandes, que cuando pasaba entre cientos de niños, escuchaba que decían ¡lechero, lechero! Tengo mucho recuerdo de este animal de plástico. Al día siguiente de navidad salí a la calle a jugar con mi venado, un primo por pura envidia, se abalanzó sobre mi apreciado juguete y lo partió con un cuchillo afilado en mil pedazos. No saben cuánto lloré, hasta quedarme sin lágrimas solo suspiros de melancolía brotaban de mi pecho. Cada vez que lo recuerdo me caen lágrimas de impotencia, de frustración y eso  que ya estoy viejo. Desde esos lejanos días ya no me gustó la navidad, hasta que…

En esa calle sin fin, solitaria y fría, escucho gritos y muchas expresiones de asombro y hasta lágrimas de angustia. Doña Justina, jadeante y lo que le falta respirar viene a mí (era amiga desde la infancia). ¡Gustavo, Gustavo, Gustavo! ¡Santo Dios! ¡Una verdadera tragedia!¡Es el fin, es el fin! ¡Santa María Purísima! ¿Qué paso, Justina? ¿Qué paso, mujer? ¡Cálmate!  ¡El trineo de Papá Noel cayó del cielo, Gustavito! ¡Queeeeeeééééé! ¡Esas son cojudeces!¡No joda! Quitándome su cuerpo del mío quise seguir mi camino, apresurándome sobre mis pasos que dejaban sus huellas en la nieve. ¡Es verdad, Gustavo, ¡es verdad!¡Ve con tus propios ojos! ¡Te lo suplico, Gustavo!

Haciendo caso omiso a las palabras desesperadas de Justina, traté de alejarme del grupo que rodeaba la zona de curiosidad. En medio de la oscuridad y las estrellas, veo aparecer centellas en el firmamento y se escuchaba cada vez más cerca el sonido de una campana que acompañaba el viaje de un trineo; pero algo llamó mi atención. Una luz palpitante mi inducía que vaya hacia ella. Cruzamos calles y el río. Mis zapatos húmedos se movían al impulso de mi cuerpo, mi pantalón era más pesado por la humidad, no sé en qué momento perdí la bufanda y la casaca para el frío. La luz dejó de brillar y cayó en una acequia medio vacía. En ella, vi moverse una figura pequeña que tiritaba de frío. Era pequeño, muy pequeño diría yo. Su hocico buscaba algo de comer, siento que confunde mi dedo con una teta, succiona fuerte pese a tu pequeño tamaño.

Saco mi chompa, me quedo medio desnudo, corrí al coche, quito la nieve, entro en ella y prendo la calefacción y las luces, con mi pañuelo medio seco, limpio poco a poco el cuerpo de aquel animalito. Cada vez que liberaba su cuerpo de la suciedad, notaba pequeñas manchas. Su piel era suave, sus orejas alargadas y su mirada llena de esperanza. Nos miramos por breves segundos. Intentaba pararse en el asiento trasero del coche y berreaba por el hambre, yo; sentía como unas gruesas y cálidas lágrimas de emoción bajaban por mis mejillas.

Por esas coincidencias de la vida, el que fuera un juguete de infancia, en mi vejez, tenía en manos un venado de verdad. 
Después de muchos, muchos años, la navidad volvía en mí.


martes, 17 de noviembre de 2020

La laguna encantada

 


¡Cuac, cuac, cuac! Era el sonido que cada mañana o atardecer motivaba a José, visitar la zona con la esperanza de cazar un pato salvaje de la laguna para que por lo menos en un día, dejaría de comer lo de siempre: frijol con arroz y ralo ralo hilitos de carne seca que su mama lo daba. Era joven, atrevido y arriesgado para su edad. ¡Cuac, cuac, cuac! Pasaban los patos cerca muy cerca a él y solo atinaba a estirar los brazos ya que no podía meterse al agua ya que  meses antes, tres personas se ahogaron en ella.

            Horas y horas contemplando el paso de los patos, ideó una forma de cazar a uno de ellos por lo menos. Se hizo de un grueso carrizo y en la punta colgaba en hilos con anzuelo uno que otro maíz seco o mote. Pasado las cinco de la tarde, un pato se eleva de las aguas de la laguna, come el mote y ¡zas! Su pico queda enredado en el anzuelo, lo jala rápidamente, pero, más veloz fue un cuerpo alargado y de colores que enroscó el frágil cuerpo del pato y José vio como ante sus ojos, una serpiente con ojos brillantes como fuego, tragaba al ave. Antes de perderse en las aguas, la serpiente miró fríamente a José, él, temblando y con los pelos de punta, se dejó caer por la loma.

            De bruces entra a la casa y se desmaya, José. Su madre, la anciana, Matilde, le ayuda a reponerse y le limpia la baba en la unión de sus labios prietos y secos. Ella lo miraba con cariño, él cerraba sus ojos para no contar los hechos. ¿Otra vez te juiste a la laguna, di? José, en silencio, no atinaba a decir nada. ¿Cuándo dejarás de ser resabido y por una vez me haces caso? ¡Mamá, aishito estaba el pato! pero una culebra me quitó. Lo agarró la cabeza y cariñosamente le trajo a su pecho ¡mijo, no lo vuelvas hacer, por favor! Como quién le frota sus manos por su cabeza, remojando su pelo con aguardiente caliente, le contó la historia.

            Mi abuelo cuando vivía, José, y eso ya es por los años 1840 nos contaba que esta laguna nació luego de unas fuertes lluvias que azotaron Chachapoyas. Cinco días de intensas lluvias cayeron en la ciudad. Unas nubes negras que venían de Conila, cruzaron zumbando nuestro cielo y misteriosamente se formó una laguna aquishito nomá y desapareció las aguas en “El Tapial”. Desde ese día, vimos como crecen las totoras, salen los patos y dormitan cerca de los árboles cientos de lechuzas. Tu abuelo, Manuel, cuando era chiquita me dijo que los jueves  no se podía pasar a la media noche porque las aguas parecían que saltaban para abrazarte y ahogarte y que desde que nació la laguna, aparecen al morir el sol dos doncellas que se peinan su larga cabellera con peines de huesos de peces dorados que, en setiembre de cada año, saltan en las aguas de la laguna y nadie los puede pescar porque pese a que lo capturaban con el anzuelo ¡ploc!., desaparecían como acto de magia y de lejos se escuchaba una irónica sonrisa.

            Por eso, mijo, es que esta laguna parece encantada porque muy pocas personas pueden dominarla. La que siempre se lo ve por allí es a Doña Bertila que en el barrio todos dicen que es una buenísima bruja. Pa´ ella dicen en el pueblo que es una de esas doncellas ya que los que van a verla para que los cure, en su mesa encuentran ojos de sapo, escamas de serpientes gigantes, patas de conejo disecado y picos de lechuzas como si fuera su collar. Ella, es la que entra a la media noche de los jueves, se baña y cuando sale y se seca, un fuerte olor a azufre se huele en el barrio…

            En octubre de 1963 con la construcción del Hospital de Chachapoyas, desaparece la laguna, empleando miles de toneladas de piedras y drenajes para que las aguas vayan por las calles de Tushpuna y Yance. Desde ese año hasta 1973 suceden muchos casos extraños, como en la zona de maquinarias se prendían y apagaban los motores, sentían y veían a personas que caminaban en una pierna, se cerraban y abrían las puertas con sonidos escandalosos y la última vez de esas cosas extrañas, es la tarde de junio de 1972 donde se crea un pequeño remolino en la plazuela, va tomando forma y elevaba la basura de las calles por lo menos unos trescientos metros. Este extraño fenómeno cobró fuerza y recorrió casi todo el perímetro del hospital hasta entrar por la puerta principal, tomar fuerza y romper decenas de Eternit que cubría el techo del Hospital. Ante el ruido que generaba el remolino, mucha gente cansa cansa subió a Burgos y contempló este inusual fenómeno y casi en coro dijeron ¡Hasta que por fin se fueron! Simultáneamente, en el área de mantenimiento, dos culebras enormes agonizaban conforme el remolino desaparecía. Desde aquellos años, el pueblo se olvidó de la laguna, de las brujas, de los patos, de las doncellas, del tractor enterrado por el área de emergencia y dentro del Hospital, el personal y pacientes comenzaron a desarrollar sus actividades con total normalidad.

            Doña Matilde, con todas sus fuerzas, cargó a la cama a José, quien dormitando balbuceaba ¡Gracias, mamita, gracias!

 

NOTA: Es una historia recreada en base a lo contado por varias personas, entre ellas, mi suegro que fue el primer trabajador del Hospital de Chachapoyas: Sr. Fidel Mesía Vargas.

Recreación: Manuel H. Cabañas López

jueves, 16 de enero de 2020

Amazonas: mágica y tierra de hombres sin igual.




El 2021 es un año clave para todos, pero enero de ese año, Chachapoyas se adelanta a las celebraciones del Bicentenario, por lo que no será un año cualquiera y tenemos que prepararnos para que sea singular, brillante y fuera de lo común. De todos mis escritos sobre Amazonas, he ratificado y ensalzado sus virtudes, potencialidades y hasta he presumido de mi orgullo por haber nacido en esta ubérrima región.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Jhony, el huayacho polifacético



Mendoza, está comprobado que es una tierra de gran belleza natural. Que en su suelo florecen las más bellas flores, tanto humanas como naturales. Que se respira a sencillez, amistad, respeto y alegría. Que en su tierra viven en armonía la historia, los cambios y también sus genios. La tierra del huayabamba, desnuda en cada metro cuadrado, la creatividad e ingenio de sus hijos. Hoy, los presento a uno de ellos.