domingo, 27 de noviembre de 2022

Amazonas : 190 años después

 




Un día, llega a Chachapoyas, Felipe Santiago Salaverry, en su calidad de preso, se escapa, toma palacio de gobierno y a tan solo cuatro años de creado el departamento de Amazonas, mediante un decreto dictatorial, anula la creación, por ser una tierra “de indios y salvajes”. Entre 1916 y 1932, diversos agentes políticos, azuzan el territorio con enfrentamientos violentos impulsados por caudillos locales. En el Baguazo, a los hijos de Amazonas, lo califican como “ciudadanos de segunda categoría”. A una década de celebrar sus doscientos años de creación, vale hacer una reflexión sobre su futuro.

Para nadie es un secreto que este departamento que, en 1832, tenía 63 mil Km2 de extensión y hoy, por conflictos en la delimitación territorial, tiene menos de 40 mil, es un territorio estratégico para el desarrollo nacional. Es un departamento bisagra que une a la costa con la selva; por sus valles y campiñas, circulan más del 48% de las aguas de todo el país, que la hace una potencia hidrológica capaz de producir cientos de megavatios y alumbrar a gran parte de Sudamérica.


En su extenso territorio, habitan más del 50% de las aves endémicas del país y entre montañas, riscos, el mundo aprecia la invaluable herencia de sus antepasados con restos arqueológicos monumentales como: Kuélap, Carajía, Revash, Gran Vilaya y más de mil recursos turísticos que la hacen mágica, atractiva y visitada de manera permanente.

Sin embargo, en sus ciento noventa años de creación, su consolidación integral es compleja, así como su administración territorial al contar con más de 83 distritos y cada uno de ellos con muchas necesidades, difíciles de hacer realidad por la fuerte inversión que esta acarrea, peor en momentos complejos que vive el país y su entorno mundial y la escasez alimentaria prevista para los años que vienen), contextos que ameritan analizar a las futuras autoridades sub nacionales y locales para que diseñen una agenda común e integradora a fin de fortalecer la gobernanza regional en base a enfoques y planeamiento territorial, tal como se viene haciendo en algunos departamentos del país y en gran parte del mundo.


La planificación del territorio, en la que se priorice las inversiones, hará posible que Amazonas, sea más competitiva y revierta los indicadores económicos, sociales e institucionales que la hacen ver como “el patito feo” de la Amazonia peruana, pese a que sus ingentes recursos, la riqueza cultural y arqueológica que tiene, la convierte en una potencia no vista como oportunidad para los gobernantes regionales.

Más allá de voluntades y propuestas electorales, urge hacer de Amazonas un lugar donde se pueda construir una visión de futuro distinta a la acostumbrada. Es necesario implementar políticas públicas regionales que incorporen a todos los actores, desde Condorcanqui hasta Mendoza y agendar temas importantes antes que urgentes que nos den la esperanza que el 2032, año en que celebramos los 200 años de creación, el país mire con otros ojos a este departamento, que tiene todo y solo falta decisión política para hacerla más mágica de la que ya es.

martes, 8 de febrero de 2022

LOS JIBAROS: ¿Salvajes y genios?

En la extensa frontera actual de Perú y Ecuador, vivían una serie de etnias nativas que se distribuían espacios para vivir o convivir, sea en tiempos de paz o de guerra. Cada uno era feroz a su medida o experiencia. Vivieron invasiones diversas, ya sea de españoles, de los incas o hasta de los “rabones”. La historia se encargó de explorar artes y partes de guerras y dar luz hechos increíbles, como de esta crónica.
La siniestra reputación de los jíbaros no se inicia con su encuentro con los blancos, ya que incluso los incas les temían. Hacia el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui ataca una provincia situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río Marañón. Sus soldados sienten una violenta repulsión hacia aquellos indios de la selva: no sólo son feroces combatientes, sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que queden más pequeñas que sus puños. Los incas ganaron la guerra pero no lograron someter del todo a los Jibaros que se refugiaron en las densas junglas sudamericanas. la etnia tiene como enemigo hereditario a los achuaras o shuars, una tribu vecina. Sin embargo, los achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero.
El gran guerrero es aquel que mata más enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra durante las fiestas tradicionales. Pretende, además, que el espíritu del muerto, el muisak, no vuelva para vengarse del asesino el guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida, llamada tsantsa. La preparación de la cabeza dura varios días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Durante las fiestas, los guerreros lucen las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello... No hay razón para temerle a la cabeza tratada, donde ernuisak está encerrado para siempre. A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades buscadas por los coleccionistas y los museos, Un tráfico de falsos tsantsas sigue, por lo demás, en pleno auge. Hoy en día las comunidades de jíbaros, nunca totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se dice que se han seguido reduciendo algunos muisaks, a pesar de las severas leyes ecuatorianas y peruanas sobre esta materia.
El proceso es el siguiente: Lo primero es, obviamente, cortar la cabeza al enemigo. Con un cuchillo se hace un corte desde la nuca al cuello, se tira de la piel y se desprende del cráneo. Se desecha el cerebro, ojos y demás partes blandas, además de todos los huesos. Se mete en agua hirviendo a la que se añade jugo de liana y otras hojas, lo que evita que se caiga el pelo. Se mantiene durante unos quince minutos aproximadamente; más tiempo la ablanda demasiado y es difícil impedir que no se pudra. Se saca del agua (con un tamaño aproximado de la mitad del original) y se pone a secar. Se raspa la piel por dentro para quitar restos de carne y evitar el mal olor y la putrefacción y se frota por dentro y por fuera con aceite de carapa. Después se cose el corte de la nuca, los ojos y la boca, de manera que queda como una bolsa, en la que se echa una piedra del tamaño de un puño o el volumen equivalente en arena caliente. Se cuelga sobre el fuego para desecarla poco a poco con el humo a la vez que se le va dando forma al cuero con una piedra caliente. En este proceso la cabeza acaba de reducirse. Una vez seca la cabeza se vacía la arena y se tiñe la piel de negro. Luego se introduce un cordón de algodón por un agujero practicado en la parte superior de la misma y se asegura en la abertura del cuello con un nudo o un palito atravesado.