¡Cuac, cuac, cuac! Era el sonido que
cada mañana o atardecer motivaba a José, visitar la zona con la esperanza de
cazar un pato salvaje de la laguna para que por lo menos en un día, dejaría de
comer lo de siempre: frijol con arroz y ralo ralo hilitos de carne seca que su
mama lo daba. Era joven, atrevido y arriesgado para su edad. ¡Cuac, cuac, cuac!
Pasaban los patos cerca muy cerca a él y solo atinaba a estirar los brazos ya
que no podía meterse al agua ya que meses antes, tres personas se ahogaron
en ella.
Horas y horas
contemplando el paso de los patos, ideó una forma de cazar a uno de ellos por
lo menos. Se hizo de un grueso carrizo y en la punta colgaba en hilos con
anzuelo uno que otro maíz seco o mote. Pasado las cinco de la tarde, un pato se
eleva de las aguas de la laguna, come el mote y ¡zas! Su pico queda enredado en
el anzuelo, lo jala rápidamente, pero, más veloz fue un cuerpo alargado y de
colores que enroscó el frágil cuerpo del pato y José vio como ante sus ojos,
una serpiente con ojos brillantes como fuego, tragaba al ave. Antes de perderse
en las aguas, la serpiente miró fríamente a José, él, temblando y con los pelos
de punta, se dejó caer por la loma.
De bruces
entra a la casa y se desmaya, José. Su madre, la anciana, Matilde, le ayuda a
reponerse y le limpia la baba en la unión de sus labios prietos y secos. Ella
lo miraba con cariño, él cerraba sus ojos para no contar los hechos. ¿Otra vez
te juiste a la laguna, di? José, en silencio, no atinaba a decir nada. ¿Cuándo
dejarás de ser resabido y por una vez me haces caso? ¡Mamá, aishito estaba el
pato! pero una culebra me quitó. Lo agarró la cabeza y cariñosamente le trajo a
su pecho ¡mijo, no lo vuelvas hacer, por favor! Como quién le frota sus manos
por su cabeza, remojando su pelo con aguardiente caliente, le contó la
historia.
Mi abuelo
cuando vivía, José, y eso ya es por los años 1840 nos contaba que esta laguna
nació luego de unas fuertes lluvias que azotaron Chachapoyas. Cinco días de
intensas lluvias cayeron en la ciudad. Unas nubes negras que venían de Conila,
cruzaron zumbando nuestro cielo y misteriosamente se formó una laguna aquishito
nomá y desapareció las aguas en “El Tapial”. Desde ese día, vimos como crecen
las totoras, salen los patos y dormitan cerca de los árboles cientos de
lechuzas. Tu abuelo, Manuel, cuando era chiquita me dijo que los jueves no se podía pasar a la media noche porque las
aguas parecían que saltaban para abrazarte y ahogarte y que desde que nació la
laguna, aparecen al morir el sol dos doncellas que se peinan su larga cabellera
con peines de huesos de peces dorados que, en setiembre de cada año, saltan en
las aguas de la laguna y nadie los puede pescar porque pese a que lo capturaban
con el anzuelo ¡ploc!., desaparecían como acto de magia y de lejos se escuchaba
una irónica sonrisa.
Por eso,
mijo, es que esta laguna parece encantada porque muy pocas personas pueden
dominarla. La que siempre se lo ve por allí es a Doña Bertila que en el barrio
todos dicen que es una buenísima bruja. Pa´ ella dicen en el pueblo que es una
de esas doncellas ya que los que van a verla para que los cure, en su mesa
encuentran ojos de sapo, escamas de serpientes gigantes, patas de conejo
disecado y picos de lechuzas como si fuera su collar. Ella, es la que entra a
la media noche de los jueves, se baña y cuando sale y se seca, un fuerte olor a
azufre se huele en el barrio…
En octubre
de 1963 con la construcción del Hospital de Chachapoyas, desaparece la laguna,
empleando miles de toneladas de piedras y drenajes para que las aguas vayan por
las calles de Tushpuna y Yance. Desde ese año hasta 1973 suceden muchos casos
extraños, como en la zona de maquinarias se prendían y apagaban los motores,
sentían y veían a personas que caminaban en una pierna, se cerraban y abrían
las puertas con sonidos escandalosos y la última vez de esas cosas extrañas, es
la tarde de junio de 1972 donde se crea un pequeño remolino en la plazuela, va
tomando forma y elevaba la basura de las calles por lo menos unos trescientos
metros. Este extraño fenómeno cobró fuerza y recorrió casi todo el perímetro
del hospital hasta entrar por la puerta principal, tomar fuerza y romper
decenas de Eternit que cubría el techo del Hospital. Ante el ruido que generaba el remolino, mucha
gente cansa cansa subió a Burgos y contempló este inusual fenómeno y casi en
coro dijeron ¡Hasta que por fin se fueron! Simultáneamente, en el área de
mantenimiento, dos culebras enormes agonizaban conforme el remolino
desaparecía. Desde aquellos años, el pueblo se olvidó de la laguna, de las
brujas, de los patos, de las doncellas, del tractor enterrado por el área de emergencia y dentro del Hospital, el personal y
pacientes comenzaron a desarrollar sus actividades con total normalidad.
Doña
Matilde, con todas sus fuerzas, cargó a la cama a José, quien dormitando
balbuceaba ¡Gracias, mamita, gracias!
NOTA: Es una historia recreada en base a lo contado por
varias personas, entre ellas, mi suegro que fue el primer trabajador del
Hospital de Chachapoyas: Sr. Fidel Mesía Vargas.
Recreación: Manuel H. Cabañas López